Ni siquiera yo sé por qué me vive la vida, este aluvión de torpes luces en criaturas reunidas, aguas que vienen a mezclarse al caudal mío...
Soy yo tantas mujeres en mí misma! ¡Están viviendo en mí tantas promesas, tantas desolaciones y amarguras, tanta verdad que no me pertenece!
Tengo la vida demasiado ciega con recuerdos -¿de dónde?- que me agobian, con nostalgias profundas -¿de qué cimas?- ¡Y mi voz, viene a veces tan lejos!
¿Qué estéril hembra honda me recorre esta heredad vital que soy, gritando? ¿Qué mujer oscurísima y humilde dispone en mí este sol para el consuelo?
¿Qué caminante altísima se cansa de poblarse en la luz hacia la sombra y se acoge al origen, a mi orilla, junto a los dulces animales vivos?
¿Vengo de raza de mujeres tristes, con todas las tristezas silenciadas, o que callaron el susurro exacto del amor, y me empujan a decirlo?
¿Quién me ha ordenado ineludiblemente hablar con voz ajena a mi silencio, presintiendo, crecida, o recordando, existiendo a la vez de tantos modos?
Yo, múltiple, plural, amigos míos, no soy nada. Soy todo. Soy aquélla que se quejaba a Dios de no ser río y ser mar, ser clamor y no palabra, ser laberinto y no sencilla ruta, ser colmena y no ser única abeja...
Se necesita sólo tu corazón hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios. Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría. Nada más que un indefenso corazón enamorado. Déjalo a la intemperie, donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda dormir, donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos, donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías y no logre olvidar. Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma. Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra, y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza. Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga, que lo sacuda el trote ritual de la alimaña, que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias. Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo, antes que sea tarde, antes que se convierta en momia deslumbrante, abre de par en par y una por una todas sus heridas: que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo, que plaña su delirio en el desierto, hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre: un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.
Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios; he ahí un talismán más inflexible que la ley, más fuerte que las armas y el mal del enemigo. Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela. Pero vela con él. Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra; puede ser tu verdugo. ¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado, aunque me tiña las encías de color azul, aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro, aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos. Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma, ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara, y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral, ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento. Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras. Hemos hablado demasiado del silencio, lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final, como si en él yaciera el esplendor después de la caída, el triunfo del vocablo con la lengua cortada. ¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo! He dicho ya lo amado y lo perdido, trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder. A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía, retumban, se propagan como el trueno unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad. Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía. Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca, cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca? Olga Orozco
Creer que somos invisibles, intocables que el brazo que esgrime el puñal del dolor no es lo suficientemente largo, ni aplastante, ni siquiera incómodo. Creer que siempre estaremos del otro lado de este lado, el de los justos, el de los inocentes merecedores de toda exoneración aislados, inmunes a la mordida del hombre.
Creer que párpados abajo callamos nuestras culpas que no somos dioses - pero está escrito - tampoco humanos. Creer que si dejamos de escuchar las voces serán calladas y las marchas fúnebres habrán de cesar su lastimoso, punzante quejido.
Creer?. O no creer en nada? Sentarnos a esperar que la vida se pronuncie con todo el peso de lo que no hemos hecho ni jamás haremos por aquellos, los del otro lado.
“…ampáralo niña ciega de alma ponle tus cabellos escarchados por el fuego abrázalo pequeña estatua de terror señálale el mundo convulsionado a tus pies a tus pies donde mueren las golondrinas tiritantes de pavor frente al futuro dile que los suspiros del mar humedecen las únicas palabras por las que vale vivir….”