martes, 6 de marzo de 2012

El Barón Rampante - Italo Calvino

"Fue el 15 de junio de 1767 cuando Cósimo Piovasco de Rondó, mi hermano, se sentó por última vez entre nosotros. Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos en el comedor de nuestra villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las espesas ramas de la gran encina del parque. Era mediodía, y nuestra familia por tradición se sentaba a la mesa a aquella hora, a pesar de estar ya difundida entre los nobles la moda, procedente de la poco madrugadora Corte de Francia, de comer a media tarde. Recuerdo que soplaba viento del mar y las hojas se movían. Cósimo dijo: "He dicho que no quiero y no quiero!", y rechazó el plato de caracoles. Nunca se había visto una desobediencia tan grave."

Desde las primeras líneas de El Barón Rampante, ya queda muy en claro el carácter de este personaje impulsivo, de férrea voluntad y absolutamente adorable (virtud que se revelará más adelante) que Calvino ha construido en esta fábula. También se nos devela la ubicación geográfica, los títulos nobiliarios de la familia y a quien pertenece la voz del relato (refugio tras el cual Calvino se protege de su impulso demasiado intenso a identificarse con el personaje, como él mismo lo expresara). Desde el personaje de Biagio, un hermano de carácter más bien docil y moderado, el autor nos narra la vida durante más de cincuenta años, de un hombre que, siendo niño, toma una decisión definitiva: encaramarse en las copas de los árboles y no bajar jamás.

"Cósimo subió hasta la horquilla de una gruesa rama en donde podía estar cómodo, y se sentó allí, con las piernas que le colgaban, cruzado de brazos con las manos bajo los sobacos, la cabeza hundida entre los hombros, el tricornio calado sobre la frente. Nuestro padre se asomó al antepecho.
- Cuando te canses de estar ahi ya cambiarás de idea! - le gritó.
- Nunca cambiaré de idea - dijo mi hermano, desde la rama.
- Ya verás, en cuanto bajes!
- No bajaré nunca más!
Y mantuvo su palabra." 

El Barón Rampante, surge según confiesa el propio Calvino, como concreción de su verdadero tema narrativo: "Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo ni para sí ni para los otros."

El aparente aislamiento del Barón y la búsqueda de la soledad sobre los árboles, se desdibuja durante el desarrollo de la historia, ya que es a partir de su "subida" al mundo arbóreo que Cósimo encuentra la forma más auténtica de relacionarse con la humanidad, tomando la distancia que le permite abarcarlo todo con su mirada, entenderlo todo, y desde allí, cada vez más alto y más a lo ancho, saltando de rama en rama por los frondosos bosques de Ombrosa, participar de manera beneficiosa en la vida de los demás.


Ahora, desde las alturas, el personaje inicia un largo camino de aprendizaje, procurándose primero las comodidades necesarias para vivir a la intemperie, para luego profundizar en las técnicas de caza, la hidráulica, la apicultura, el arte de las letras e inclusive, la experiencia sobrecogedora del amor.


Desfilan bajo sus pies, y a veces junto a él sobre los árboles, personajes tanto o más solitarios, como el tío Abogado, el bandido Gian dei Brughi, sus propios padres, y la caprichosa y apasionada Viola, con quienes el Barón va construyendo relaciones mucho más ricas desde las alturas que permaneciendo con los pies sobre la tierra.


"En sus solitarias vueltas por los bosques, los encuentros humanos eran, aunque escasos, tales que se imprimían en el ánimo, encuentros con gente que entre nosotros no se ve."


"A Cósimo, el comprender el carácter de Enea Silvio Carrega le sirvió para esto: entendió muchas cosas sobre el estar solos que después en la vida le fueron útiles. Diría que llevó siempre consigo la imagen insólita del caballero abogado, como advertencia de aquello en que puede convertirse el hombre que separa su suerte de la de los demás, y consiguió no parecérsele nunca."


"Con el trato con el bandido, pues, Cósimo había adquirido una desmesurada pasión por la lectura y el estudio, que mantuvo luego durante todo su vida. La actitud habitual en que se lo encontraba ahora, era con un ibro abierto en la mano, sentado a horcajadas de una rama cómoda, o bien apoyado en una horqueta como en un pupitre de escuela, con una hoja encima de una tablilla, el tintero en un hueco del árbol, escribiendo con una larga pluma de oca."


"Para guardar los libros, Cósimo construyó en distintas ocasiones una especie de bibliotecas colgantes, resguardadas lo mejor posible de la lluvia y los roedores, pero las cambiaba continuamente de sitio, según los estudios y lo gustos del momento, porque él consideraba los libros un poco como pájaros, y no quería verlos quietos o enjaulados, de lo contrario decía que entristecían."


"Comprendió esto: que las asociaciones hacen al hombre más fuerte y ponen de relieve las mejores dotes de cada persona, y dan una satisfacción que raramente se consigue permaneciendo por cuenta propia: ver cuánta gente honesta y esforzada y capaz hay, por la que vale la pena querer cosas buenas (mientras que viviendo por cuenta propia sucede más bien lo contrario, se ve la otra cara de la gente, aquella por la que es necesario tener siempre la mano en la espada)."


"Convaleciente, inmóvil en el nogal, profundizaba en sus estudios más serios. Comenzó en esa época, a escribir un Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado sobre los árboles, en el que se describía la imaginaria República de Arbórea, habitada por hombres justos...
El epílogo del libro habría debido ser éste: el autor, habiendo fundado el Estado perfecto en lo alto de lo árboles y convencido a toda la humanidad de que se estableciera en ellos y viviera feliz, bajaba a habitar en la tierra, que se había quedado desierta.
Habría debido ser, pero la obra quedó inacabada. Le mandó un resumen a Diderot, firmando simplemente: Cósimo Rondó, lector de la Enciclopedia. Diderot se lo agredeció con una breve carta."


El marco histórico de la ficción, que es fiel a los acontecimientos de la época en la que se desarrolla, a fines del siglo XVIII, nos permite asistir a diálogos absolutamente memorables como aquel que mantiene con el mismísimo Napoleón y que parodia el famoso encuentro de Alejandro Magno con Diógenes, pero con algunas "pequeñas" variantes en relación al diálogo original, que hacen de esta una de las situaciones más irónicas e hilarantes del libro.


"-Puedo hacer algo por vos, mon Empereur?
- Sí, sí- dijo Napoleón-, poneos un poco más acá, os lo ruego, para protegerme del sol, sí, así, quieto...Luego se calló, como asaltado por una idea, y vuelto al virrey Eugenio: - Tout cela me rapelle quelque chose..Quelque chose que j'ai déja vu....
Cósimo acudió en su ayuda:
- No erais vos, Majestad: era Alejandro Magno.
- Ah, pues claro! - dijo Napoleón- El encuentro de Alejandro y Diógenes!
- Solo que entonces -añadió Cósimo-, era Alejandro quien preguntaba a Diógenes qué podía hacer por él, y Diógenes quien le rogaba que se apartara...
Napoleón chasqueó los dedos como si por fin hubiese encontrado la frase que andaba buscando. Se aseguró con una ojeada que los dignatarios del séquito lo estuviesen escuchando, y dijo, en óptimo italiano:
- Si yo no fuera el emperador Napoléon, habría querido ser el ciudadano Cósimo Rondó!
Y se dió la vuelta y se fue....
Todo acabó en eso. Se esperaba que al cabo de una semana le llegase a Cósimo la cruz de la Legión de Honor. Pero nada. Mi hermano quizá se burlaba de ello, pero a la familia nos habría gustado."