jueves, 25 de febrero de 2010

Irracional


Crece en los ojos
ventanas de fuego
mordisquea el corazón
jugosa presa
habla desde las venas
con palabras encendidas
sin respuestas resiste
en su atropello animal
bordeando la locura
arañando la coherencia
ejerciendo el poder de las bestias
del oscuro bosque elemental
Quién eres, detrás de mi piel?
A quién dominas, feroz impulso?
Ya no reconozco mi olor humano
O acaso es la memoria soplando entre las hojas
del primero, primitivo hogar?
 

lunes, 22 de febrero de 2010

Ser

A veces solo se trata de dejar quietas las palabras
hormigueando entre mis manos torpes e indecisas
acorralar sentimientos que gritan espanto contra las rejas
y luego inventar salidas al encierro del invernal refugio

A veces el viento no me toca y no me alcanza la lluvia
los senderos de las preguntas se hacen tan angostos
cansinos, intransitables para mis pies desnudos
y es solo el tiempo de ser, humana, deshabitada, imprecisa.

A veces me veo con los ojos del mundo y los sueños que son sueños de otros
y veo mujeres que abren y cierran puertas, y vuelven a abrir y se vuelven
eternas buscadoras de un mañana que no tiene nombre ni fechas agendadas
solo minutos goteando en un presente inmortal y brumoso.

A veces es el aire, primaveral, dulce, con rumor a mariposas
que me eleva hasta los brazos del deseo, risueña morada
en la que ríe también el mundo y sus olvidados, los heroicos,
los que insisten, los que perdonan, los que aún se atreven.

A veces se me hunden los ojos en las tinieblas y solo sé respirar
pero no me perturba ya la noche a solas ni la piel oscura
me acomodo entre las almohadas del vacío y me digo que habré de vivir
como me sea concedido, sin más trámite, sin exámenes y sin juicios.

A veces, inesperadamente, encuentro el manantial de tu boca
y regreso a aquella esencia mía de pequeña, de niña enamorada
de ingenua fe, de estrellas fugaces y sonrisas cotidianas
hablo con la que he sido y quisiera ser hasta el fin de mis horas
sin el alma muda de ilusiones, sin partidas, ni miradas del adiós.


jueves, 11 de febrero de 2010

Vaivén

Aquí estoy.
Aquí es un espacio tan chiquito, y en él me siento tan ancha y atrevida.
Mi ventana es el hilo que une a esta mínima existencia y todo lo demás: las luces, el viento que golpea mis persianas y aquél árbol que parece querer tocarme, el infinito lleno de estrellas y caminos, horizonte inacabable, seductora línea.
Ladra un perro, pasan los hombres como puntitos diminutos. Un viejo auto carraspea.
Y yo, desde aquí arriba y en esta noche, me estoy diciendo que es todo lo que ahora quiero.
Pero no todas las noches. Hay noches en las que no me alcanzo ni me sirvo y no hay vientos, ni ventanas, ni infinitos capaces de quitarme una sola gota.
Ahora, mi hogar está desnudo y yo vestida con mi deseo; ahora, siento que el rio de los sueños se derrama sobre el sillón en forma de finos dedos que hablan, expresan, cantan, añoran, y están tocando -como si fuera cierto- algún sendero polvoriento, volcanes, quebradas y hasta la piel de un hombre que se queda, en alguna parte.
Todo fluye de la nada, sin esfuerzo ni agonía.
Todo esfuerzo lleva a la nada y a nadie.
Y ya no me enfado con mi ausencia de palabras y de goces -cuando nada tengo para decir ni sentir- solo soy y me espero.
Me quedo pensando en la retirada, en ese irme, irme, irme, para lograr volver.
Buscando-me.
En ese vaciarme para hallar el regocijo en las aguas que me habrán de llenar.
Buscando-te.
En ese despojo necesario de ruidos, palabras, lugares y sensaciones repetidas que una y otra vez me asalta, cubriendo mis jardines de estatuas y de rejas; y al final (o al comienzo?), inevitablemente, dulcemente, la explosión del regreso, el espejo, la llave, la sonrisa, la brisa en la cara, las ganas, el perdón, las alas, el olvido.

Como un vaivén saludable.