No hay un silencio más parecido a la muerte
que éste habitante entre las hojas desgarradas
del jardín donde se han fugado todas las mariposas
revoloteando rabiosas hacia otras flores
abiertas y húmedas como fuiste, prisionera
atada tu frente a los pies azules de Afrodita
arrodillada entre las ramas del tenaz deseo.
No hay fruto más amargo que ya puedas morder
ni entre tus brazos el aliento del vendaval más furioso
barriendo el lecho de cenizas que yace sobre tu vientre, madre
progenitora de caricias fervientes como en las manos de los ciegos
aferradas al contorno de algún imaginario rostro que sonríe.
No hay un solo hueco de luz entre las voces amontonadas
tejiendo palabras agridulces entre las fibras de tus sienes
zumbido insistente que no se rinde ante tus ruegos, mendiga
vagabunda entre los oscuros reflejos de lo que queda:
un montón de huesos blandos esbozando tu silueta de mujer.
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